Política

El insólito festejo del Gobierno

El spot televisivo que provocó mayor malestar que esperanzas y que confirmó la convicción oficial sobre el poder electoral que podría tener la llegada masiva de vacunas contra el Covid.

Casi seis meses después de que el presidente de la Nación anunciara públicamente que esperaba vacunar a diez millones de argentinos hacia fines de diciembre último, el Gobierno festejó insólitamente ayer que el país haya llegado a diez millones de vacunas recibidas. Fue mediante un spot televisivo difundido poco después de que anoche arribara a Ezeiza el vuelo 1051 de Aerolíneas Argentinas, proveniente de Beijing, con alrededor de un millón de dosis de la vacuna Sinopharm, que se aplicarían mayoritariamente a aquellas personas que ya han recibido la primera dosis.

“10 millones de motivos para tener esperanza”, señalaba la comunicación oficial, acompañada por la jactancia de algunos funcionarios, que tal vez no recordaban que, el 6 de noviembre, el propio presidente Alberto Fernández había prometido que, si todo iba bien, “podríamos vacunar sobre finales de diciembre a diez millones de personas”. Tal objetivo podría alcanzarse recién ahora, aunque la mayoría de los argentinos, incluidos varios millones que se encuentran en grupos de riesgo, quedarán relegados al papel de observadores pasivos que contemplan lo inalcanzable, con la ñata contra el vidrio, como el chiquilín del Cafetín de Buenos Aires, de Enrique Santos Discépolo.

Se estima que entre personal de salud y estratégico, mayores de 60 años y menores de esa edad que pertenecen a grupos de riesgo, hay alrededor de 15 millones de personas. Si cada una de ellas debiera recibir al menos dos dosis, puede concluirse que se hubiese requerido el triple de dosis de vacunas que las que llegaron hasta anoche al país. Tan lejos de ese objetivo, y en medio de la más cruenta etapa del coronavirus, con récord de muertes diarias y de internados en unidades de terapia intensiva, el Gobierno no tuvo mejor idea que festejar los diez millones de vacunas.

No es incorrecto imaginar que las vacunas pueden representar votos. Al menos las encuestas de opinión pública reflejan en las últimas semanas que la imagen sobre la gestión gubernamental tiende a ser mejor entre quienes recibieron alguna de las dosis contra el Covid-19.

Esta cuestión también ha llegado a los mercados y a los agentes económicos. Si hoy se efectúa un relevamiento entre los actores de este sector y los inversores, y se les pregunta cuál sería la mejor noticia que esperan, esta vez no contestarán que aguardan una rebaja en los impuestos, ni señales de una baja del déficit fiscal, ni un crecimiento del consumo. Lo que más les importa hoy es que lluevan vacunas.

La explicación de ese singular deseo es eminentemente económica. Sin las suficientes vacunas, se prolongarán las restricciones a la actividad económica, caerán las expectativas de recuperación, decrecerá el consumo, se sucederán los quebrantos entre las empresas, disminuirá la recaudación tributaria de un Estado que deberá volver a aumentar el gasto público para atender las necesidades de los sectores más castigados, se retrasará aún más la ilusión de una mínima solvencia fiscal y se potenciará la incertidumbre. La conclusión: otro año perdido.

Pocas veces ha habido tanto consenso entre unos y otros: la Argentina necesita vacunas.

Sin embargo, dista de ser el coronavirus la principal preocupación de los argentinos. Por lejos, la cuestión sanitaria es superada por las inquietudes de tipo económico, sumadas la inflación, la insuficiencia de los salarios y el desempleo.

El presente año se inició con importantes expectativas de crecimiento económico, tras la caída del PBI de casi diez puntos a lo largo de 2020. Tal vez la palabra crecimiento no resulte la más apropiada para describir lo que está ocurriendo, a la luz de que, en el mejor de los casos, asistiríamos a un rebote parcial desde el más oscuro subsuelo.

Hacia fines de marzo, el Banco Mundial estimó que la Argentina crecería en 2021 un 6,4% del PBI; poco después, el FMI proyectó una mejora del 5,8%. Pero el rebrote de los contagios por Covid ha comenzado a poner en duda esos pronósticos. Hoy los interrogantes pasan por cómo se atenderán las necesidades de los sectores más afectados por las políticas domésticas y las restricciones impuestas a la economía frente a la crisis sanitaria, sin comprometer aún más la estabilidad fiscal y monetaria.

La ilusión sobre la recuperación de la solvencia fiscal se diluye cada vez más si se tiene en cuenta que, además de afrontar un complicadísimo contexto sanitario, estamos en un año electoral. Por lo pronto, casi todos los analistas económicos descuentan que el acuerdo con el FMI por la renegociación de la deuda de unos 45.000 millones de dólares no se firmaría antes de las elecciones legislativas. Otro factor que alienta la incertidumbre.

El presupuesto para este año contemplaba un déficit fiscal del 6% del PBI y una emisión monetaria del 3,2%. Sin embargo, las últimas licitaciones de letras del Tesoro para financiar el déficit vienen mostrando un menor interés de los inversores. Y se sabe que el déficit que no puede financiarse con la ayuda del mercado, suele ser cubierto con mayor emisión monetaria, lo que termina ejerciendo presión sobre los precios domésticos y sobre el mercado cambiario.

La suba del dólar en todas sus versiones durante las últimas dos semanas, y en particular del informal o “blue”, que trepó desde los 140 hasta los 162 pesos, aunque ayer descendió a 154, es una advertencia para el Gobierno, donde hoy comienzan a barajarse alternativas que van desde una suba en las tasas de interés para enfrentar la creciente inflación, después del 4,8% de incremento del Índice de Precios al Consumidor en marzo, hasta un incremento en las retenciones a las exportaciones agrícolas, como el que dejó trascender la secretaria de Comercio, Paula Español, con el poco original pretexto de que el precio internacional de la soja ha venido subiendo sostenidamente.

Hoy prácticamente nadie apuesta a que el gobierno de Alberto Fernández hará algo diferente de lo que viene haciendo. La actual administración parece insistir por el momento en las mismas recetas del pasado que jamás surtieron el efecto deseado. Sigue imaginando que con precios máximos, congelados o cuidados podrá frenar la inflación; que con la simple presión a las empresas podrá aumentar la producción; que es posible distribuir la riqueza sin haberla creado; que aumentando los impuestos podrá paliar el déficit fiscal y que, en última instancia, siempre estará a la vuelta de la esquina la alternativa de esquilmar aún más a los sectores más dinámicos de la economía, con el campo a la cabeza.

Por Fernando Laborda – La Nación

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